Se cumplen 20 años desde que el 22 de mayo de 2001, la expedición castellana y leonesa Samuel Rubio (1999-2001) hiciera cumbre en el Everest

Isidoro Rodríguez Cubillas,  jefe de expedición, relata cómo vivieron aquella experiencia

En las primeras horas de la mañana del 22 de mayo del año 2001, tres personas avanzan lentamente por una suave ladera de nieve en busca de un cercano punto sobre el que no hay nada más alto y en el que estaban nítidamente fijadas sus ilusiones. No hay nadie por delante de ellos y tampoco nadie por detrás. En esos instantes son los habitantes de la tierra que se encuentran más cerca del cielo. Martín, Pedro y Tente son los depositarios de un sueño que un maestro rural tuvo ya hace muchos años: subir al punto más elevado del planeta que habitamos, nada menos que al Everest, de 8.850 m de altitud.

Samuel Rubio, omañés, al que su quehacer profesional le llevó por varias escuelas de la provincia de León, ya había subido a montañas conocidas como Peña Ubiña, y con más de 80 años alcanzó la del Torre Cerredo, que con sus 2.650 m es el techo de Castilla y León. En alguna ocasión dijo que de haber tenido oportunidad, habría intentado ir al Everest.

Uno de sus hijos, nuestro querido Jaime Rubio, entusiasta de las montañas y que en la provincia de León había subido una buena parte de las que sobrepasan los dos mil metros, en 1998 se puso manos a la obra para organizar una Expedición de nuestra tierra al techo del mundo.

Tente Lagunilla, Ángel Villán, Miguel Ángel Pérez, Pedro Rodríguez, Adelino Campos, Juan Carlos Martínez, Nando Marné, Nacho Pinacho, y quien esto escribe, tratamos de subir al Everest en el otoño de 1999. Fue ésta una Expedición especial, pues estábamos solos en la vertiente nepalí del Sagarmatha, como también se conoce al Everest en el valle del Khumbu. Nuestra Expedición tuvo que equipar el itinerario de ascenso, abrir huella, portear material… Pero el mal tiempo hizo que tuviéramos que detener nuestros pasos en la pared del Lhotse, a una altura de unos 7.500 m, en el lugar conocido como las Bandas Amarillas.

A nuestro regreso, rápidamente Jaime se puso a trabajar para que en la primavera de 2001, de nuevo el grupo expedicionario, que por diversos motivos había sufrido tres bajas, reforzado por Julio Sahagún, Miguel Ángel Adrados y Martín Ramos, se pusiera otra vez en marcha hacia Nepal.

En esta ocasión el decorado había cambiado por completo, pues en el Campo Base, además de la Expedición Samuel Rubio de Castilla y León, otra veintena de expediciones compartían el irregular espacio para intentar subir al Everest o al Lhotse, pues el recorrido en la parte inferior es coincidente.

 

Después de la aclimatación correspondiente y del equipamiento de los Campos de altura, nuestra Expedición, después de muchas idas y venidas por la peligrosa Casacada de Hielo del Khumbu, estaba preparada para lograr el propósito que nos había traído a Nepal.

El día 22 de mayo de 2001, cuatro integrantes de nuestro grupo salían en la oscuridad del Campo IV en el Collado Sur, a 8.000 m de altitud, lugar al que tres de ellos habían llegado el día anterior después de remontar en una exigente jornada los casi 1.500 m de desnivel que hay desde el Campo II. Varias expediciones y un buen número de sherpas se pusieron también en marcha, pero a medida que iba transcurriendo la mañana, todos se iban dando la vuelta.

Con gran esfuerzo nuestros compañeros continuaban ascendiendo hasta que al llegar a la cumbre sur, ante las dificultades que se veían a continuación, los sherpas y expedicionarios que les precedían emprendían el descenso sin haber llegado a la cumbre dado lo peligroso y difícil que se presentaba la última dificultad, el conocido como Escalón Hillary, al que al no haber llegado nadie en esta temporada, no se había aún equipado con las correspondientes cuerdas fijas.

Nuestros sherpas también se habían quedado atrás, pero no estaba en nuestro ánimo renunciar a la cumbre estando tan cerca, por lo que nuestros compañeros con un trozo de cuerda tomado de una cuerda fija, se aventuraron por un terreno que no se ha pisado aún esta temporada, y descendiendo unos metros de la cumbre sur, se tuvieron que esforzar al máximo para superar el Escalón Hillary.

La comunicación con los talkis con el Campo Base es constante, e inquietos pero confiados en las fuerzas y el buen hacer de nuestros compañeros, seguimos sus evoluciones al minuto.

Por fin, a las 12:30 h de la mañana, Tente nos comunica que se encuentra con Martín y con Pedro en la cima del Techo del mundo: el Everest, de 8.850 m. Los gritos de júbilo de todos los miembros de la Expedición no ocultan unas lágrimas de alegría que resbalan por unos rostros curtidos por el frío y el sol de la altitud después de medio centenar de jornadas por encima de los cinco mil metros.

La foto de Samuel Rubio quedó enterrada en el punto más alto de la Tierra como efímero testigo del paso por ella, aunque fuera en imagen, de quien un día dijo que de haber tenido la oportunidad, él habría intentado subir al Everest.

Martín, Pedro y Tente hicieron realidad sus sueños y los nuestros, pues por encima de todo, éramos y somos un grupo de amigos unidos para siempre por muchas vivencias. El resto ya es historia, una historia que actualmente en nada se parece a la que actualmente vive el Everest, cuya ascensión se ha convertido en una noticia mediática que nada tiene que ver con lo que nosotros vivimos en los años 1999 y 2001.

Hemos tenido la inmensa suerte de vivir un alpinismo diferente al de los últimos años en el que los valores de este noble deporte han cambiado tanto…

Algunos integrantes de nuestro grupo ya no están físicamente entre nosotros, pero Nandoti, Jaime o Miguel Ángel siguen presentes en el otro extremo de esa cuerda que todos los montañeros llevamos presente siempre, ese cordón umbilical que hace que los sentimientos de amistad y de cariño no se extingan nunca.

Isidoro Rodríguez Cubillas, mayo de 2021, veinte años después.